Desde el momento en que Ezequiel me ofreció la oportunidad de escribir algo para el blog de la Escuela de Góspel de Canarias me sentí muy agradecido, y empecé a darle vueltas en mi cabeza. Pasado un tiempo el tema acabó imponiéndose por sí solo.

Sin duda estamos viviendo unas de las semanas más extrañas de nuestras vidas, con un cambio brutal en nuestras costumbres y rodeados de temores, rumores y, a menudo, una sensación de irrealidad. Gobiernos de todo el mundo andan también desconcertados tratando de decidir qué restricciones (y durante cuánto tiempo) se deben aplicar a los ciudadanos para detener la pandemia. Una de las últimas controversias ha girado en torno a cuáles son las “actividades esenciales” que no se pueden suspender bajo ningún concepto.

¿Saben qué? A la luz de lo que compartimos todo el rato en las redes sociales y de lo que ocurre en muchos balcones de Italia y España, pienso que la música debe considerarse un actividad esencial para el ser humano.

Muchos nos hemos emocionado con los vídeos caseros de vecinos que tal vez ni se saludaban al cruzarse por la calle hace unas semanas, y que ahora se acompañan con todo tipo de instrumentos y cantando a pleno pulmón en un intento de disipar los miedos y de levantar el espíritu de la comunidad.

En las redes se mezclan toda clase de músicos aficionados, de cualquier lengua, nivel y estilo, con las mayores estrellas de la música clásica y popular; todos grabándose con su portátil o su móvil, a menudo en pijama, en su dormitorio o en el salón de su casa, tratando de compartir el arte que llevan dentro y de aliviar el agobio propio y el ajeno. Grandes autores e intérpretes ofrecen conciertos en abierto, lecciones gratuitas de música, sugerencias de obras maestras para escuchar ahora que la mayoría tenemos más tiempo…

Es un fenómeno espontáneo, pero que cada día se multiplica exponencialmente y que parece igual de contagioso que el dichoso virus. ¡ Esto demuestra una vez más que la música es esencial para el alma humana ! Porque cuando nos hemos resignado a prescindir de tantas otras cosas, nos hemos agarrado a la música como tabla de salvación.

Charles Darwin escribió en El origen del hombre: “Como ni el disfrute de la música ni la capacidad para producir notas musicales son facultades que tengan la menor utilidad para el hombre…/… deben catalogarse entre las más misteriosas con las qué está dotado”. (Hay varios emoticonos en mi teléfono con los que podría expresar mi perplejidad).

En su impresionante libro Musicofilia Oliver Sacks habla de la “amusia”. Se refiere a la incapacidad que tienen algunas personas para entender y disfrutar la música: algunas pueden distinguir notas sueltas, pero no una melodía; otras son capaces de disfrutar de una melodía, pero se sienten desbordadas sensorialmente cuando escuchan varios instrumentos o voces a la vez. Para las personas que padecen de amusia la música llega a ser un estorbo, cuando no una experiencia sencillamente desagradable.

Afortunadamente esto le ocurre a muy poca gente. La inmensa mayoría de nosotros disfruta de la música y casi todos la sentimos como una necesidad vital.

¿Se han dado cuenta de que somos inmensamente afortunados por ser la generación que ha tenido un mayor acceso a la música en toda la historia de la humanidad? La música nos envuelve: satura la publicidad, es imprescindible en el cine y en las series que devoramos en plena cuarentena, llenaba nuestras estanterías y ahora está disponible en forma de cientos de miles de títulos a un solo click en nuestros teléfonos, tabletas y ordenadores.

La colección de “música religiosa” más antigua y que todavía hoy se canta por todo el mundo son los Salmos de la Biblia: en uno de ellos David escribió: “¡a mi Dios cantaré salmos mientras viva!”

¡¡ Oigamos, aprendamos, disfrutemos, compartamos buena música mientras vivamos !!

Escrito por Jonatán González Padilla. Marzo/Abril de 2020